No sabe por qué fue. Si fue porque en cuarto de primaria en un ejercicio de clase tuvo que explicar cómo vender una nevera a un pingüino, y le fascinó como la profesora argumentó que serviría de calefacción al estar a más temperatura que el exterior. O si fue al ver la facultad de la película de Tesis, con sus oscuros pasadizos, que le parecían un escenario inmejorable para crear historias. O si tal vez fue esa entrevista a la que acudió una mañana, con muchas ganas, pero sin saber muy bien dónde se estaba metiendo. No sabe por qué terminó aquí.
No sabe cómo fue. Seguramente fueron una multitud de pequeñas coincidencias. Que se fueron entrelazando. No puede explicarlo. Por eso está buscando constantemente respuestas, se rodea de datos, para pensar que sabe lo que hace, que todo tiene sentido. Pero nada más lejos de la realidad, crece y se da cuenta de que todo sigue siendo un juego de niños. Que está más perdida de lo que cree. Que va a la deriva, sin rumbo, dejando que los dados decidan el destino.
Y eso mismo les ha vuelto a pasar a ellos. La primera vez que le vió, pensó que si le sonreía al mirarle a hurtadillas, mientras compartían un café, estaría ahí para siempre. Del mismo modo él pensó, cuando ya se iban, que si al girar la esquina, el próximo coche era rojo, se querrían para toda la vida. Pero no acertó. Quién sabe, si la hubiese querido de verdad, habría utilizado todos esos datos que almacena en su cabeza, y quizás hubiera apostado a que el coche sería blanco. Pero no lo hizo, no jugó bien sus cartas, y sus caminos siguieron paralelos.