viernes, 30 de enero de 2009

estaciones


Las estaciones de tren siempre me han producido cierta atracción. Desde pequeña me gusta ir allí, sentarme y pararme a observar a la gente. Con sus maletas a cuestas, caminando lentamente o apresurados porque se les escapa el tiempo entre los dedos. Tu vida se detiene por un instante en el lujo de poder perder unos minutos en observar a los viajeros. Tratar de averiguar a dónde van, de dónde vienen, quien les espera al otro lado de las vías, de qué se alejan o qué es lo que buscan. En definitiva, imaginar la historia que se esconde tras cada uno de ellos. Pero dura tan solo un momento. Después, sigues tu camino, con prisa, mirando al suelo paso tras paso....

jueves, 29 de enero de 2009

relojes


La casa está llena de relojes. Guarda relojes por todas partes. Relojes antiguos de cuco que suenan cada hora, relojes modernos de dígitos, relojes de cuerda para llevar en el bolsillo, relojes con secunderos que hacen tic tac constantemente como un metrónomo incansable y no le dejan dormir por las noches. Cientos de relojes dispersos por la casa, en un intento de conservar el tiempo. Con ellos se hace la ilusión de que puede medirlo, de que lo tiene bajo su control, de que no deja escapar un solo minuto. Piensa que es capaz de observarlo objetivamente, de guardarlo como si fuera un tesoro, cuando todo el mundo sabe, menos él, que el tiempo es variable, que se alarga o se acorta dependiendo del momento, que su principal característica es que se va para no regresar nunca, que todo el tiempo pasado mirando un reloj es tiempo perdido.

martes, 27 de enero de 2009

desastre


Eres un completo desastre. Pero supongo que eso me encantó desde el principio. Recuerdo aquel día, cuando apenas nos conocíamos, no sabíamos de qué hablar y me diste aquel regalo con la etiqueta del precio aún puesta. Yo te sonreí, y con disimulo me lo pegué entre los dedos y lo tiré a la papelera, sin dejar de mirarte, para que no te dieras cuenta. Supongo que eres un cincuenta por ciento de desastre y otro cincuenta de encanto. Y en mi cabeza la parte buena siempre se sobrepone a la mala, sobre todo visto ahora, con el paso del tiempo. Sobre todo difuminado con mi mala memoria. Recuerdo que me fascinaban tus detalles, siempre tan inesperados, que me hacían el triple de ilusión que cualquier regalo caro e inútil. Sabías como encandilar a una chica, y eso se agradece. Sabías cómo hacerme vivir en una nube, y de eso solo puedo objetar que me dejaras caer desde tan alto. Recuerdo la conversación de aquel primer día, cuando no era capaz de mirarte a los ojos, y solo podía mirar tus labios, moviéndose despacio, mientras hablabas y hablabas sin parar. Recuerdo cómo te preocupabas por mí a cada instante, como si en cualquier momento me fuera a romper, como una pieza de frágil cristal, como un pez sacado de su acuario que necesita oxígeno para seguir viviendo. Y resultó que no eras tú el desastre, sino yo, porque yo no era lo que tú esperabas, yo no era ella. Ni nunca lo seré, porque solo soy yo, un vago recuerdo en tu olvido, un día tachado en tu calendario. De esa noche, solo me arrepiento de no haberte hecho el suficiente caso, de no haberte ni siquiera tocado cuando te acercaste a mí, de no haberme perdido en el fondo de tus ojos, de no haber besado tus labios perfectos. De esa noche, solo me arrepiento de lo que no puedo recordar hoy con anhelo. De que no hubiera un pequeño desastre compartido.

domingo, 25 de enero de 2009

Madrid

Para qué negarlo. Me encanta Madrid.
Adoro perderme por sus rincones, caminar por sus calles sola, pasear la ciudad; en silencio, o con una improvisada banda sonora; cuando hace sol y te da el frío del invierno en la cara, o cuando llueve y caminas despacio bajo el paraguas.
Para qué negarlo. Me encanta caminar sin rumbo y descubrir nuevas calles, desorientarme y volverme a encontrar, almacenar pequeños momentos en la memoria, para luego regalarlos algún día.
Para qué negarlo. A veces me ponen triste los días plomizos de lluvia, pero también me gusta meterme en un autobús y sentarme al contrario, para ver la ciudad al revés y observar las gotas deslizarse a través del cristal empañado, con la luz anaranjada de las farolas reflejándose en los charcos.
Para qué negarlo. Me gusta esta ciudad, aunque ya no estés aquí.

jueves, 22 de enero de 2009

camino a casa


Se hace un poco tarde para la cena, llueve y la calle está vacía. Bajo del autobús y espero en el semáforo en rojo. Miro a un lado y de repente, te veo allí, a unos metros. Se pone en verde y deseo que te gires y me veas, vengas, te metas debajo de mi paraguas y hablemos de trivialidades.

Pero nada de eso ocurre, empiezo a cruzar la calle. Y pienso que me sigues y me alcanzarás antes de que tintineen las llaves en mi mano, pero no es verdad, tú nunca llegas, y únicamente puedo oir el eco de mis pasos sobre los adoquines mojados.

Y ya no sé si te he visto o solo te imagino.

miércoles, 21 de enero de 2009

respuesta automática


¿En qué momento dejaron de interesarte los seres vivos? ¿Cuándo comenzaste a preferir las máquinas? ¿Cuándo elegiste convertirte en un autómata de frío metal? ¿Cuándo sustituir tu corazón por duras placas de silicio? ¿Cómo llegaste a querer como mascota a un pez gris que en vez de glup glup hace bip bip? ¿En qué instante desertaste y te volviste robot? ¿Estás mejor así? ¿Te ha servido de algo? ¿Ha merecido la pena? Contesta abriendo un ojo para decir sí, y cerrando ambos para decir no. Código de ceros y unos, código binario, el único lenguaje que comprendes últimamente.

martes, 20 de enero de 2009

recuerdos de cocina


Uno de los principales recuerdos que tengo de ella es verla en la cocina del pueblo, con las puertas abiertas de par en par, en verano, y el sol del sur entrando por todas partes. La cocina es el lugar de encuentro de esa casa, el sitio donde hablar en torno a un café con leche, donde comer todos juntos y donde varias generaciones de mujeres se cuentan penas y alegrías. La veo allí jugando con los niños en las tardes de septiembre y cocinando con el tic tac del reloj de fondo. En mi memoria siempre están aquellas tardes sin colegio, cuando aún no se puede salir a la calle por el calor asfixiante, sentados sobre el suelo de baldosas, viéndola durante horas hacer dulce de tomate o tarta de moka para nosotros. Las tardes ocupadas en juegos banales, en peleas de críos, en conversaciones que nos quedaban muy lejanas, en descubrir poco a poco del mundo de los adultos. Hemos ido creciendo, cada vez pasamos menos tiempo en esa cocina, que ahora está destartalada y vieja, pero siempre será una de las imágenes que guardaremos en nuestra memoria colectiva, junto a su propio recuerdo, ambos pertenecen de una forma u otra, a nuestro álbum de familia.

domingo, 18 de enero de 2009

zapatillas rojas


Es un día nublado, totalmente cubierto, horrible. La ciudad está abarrotada, una multitud invade el centro: es uno de esos días en que preferirías no tener que pisar la calle. Salgo del metro, y subo lentamente las escaleras. Una banda sonora melancólica me acompaña, es algún músico callejero con su acordeón, desafinando la melodía triste de esa película antigua. Escucharla siempre me hace sentir nostalgia. De otros tiempos que fueron mejores, de aquella época, más feliz. Yo la tarareo en mi cabeza (mal, pensarás, pero qué importa), sin apenas mover los labios. Camino despacio, mirando al suelo para no tropezar, para no ver a toda esa gente. Está empezando a chispear aguanieve y los viandantes se apresuran. Sorteo a la gente de forma automática, todos son clones que se interponen en mi camino. Hasta que me choco contigo, de repente, por casualidad. A tí no te puedo esquivar. Así veo por primera vez tus zapatillas rojas, así comienza nuestra pequeña historia.

sábado, 17 de enero de 2009

te encantaba


Desde la primera vez que le viste, supiste que él sería la causa de tu perdición. Así estaba escrito. Y te encantaba. Te encantaba verle pasar por delante de tu casa con su abrigo de paño negro, con las solapas levantadas, su sombrero y sus gafas, como un galán de los años 50, como si quisiera imitar en su vida a un gentleman de película, a Humphrey Bogart. Te encantaba oir sus historias, escuchar sus palabras que lograban encandilar tu ánimo, caer en sus trucos de seducción de Casanova. Te encantaba observarle al caer la noche, entre dos luces, con el cigarrillo siempre entre su mano y su boca, con el humo rodeándole y haciendo que se nublara totalmente tu entendimiento, cayendo en un estado casi hipnótico, bajo su embrujo. Te encantaba tenerle cerca, saber que por momentos se desvivía por ti, que cada minuto que no ensombrecía el alcohol, tú ocupabas por completo su pensamiento. Desde la primera vez que supiste de él, te encantaba. Sabías que su inestabilidad haría añicos tu frágil equilibrio emocional, pero no te importó. Desde aquella primera vez, hace ya tantos años, supiste que ese era tu destino.

miércoles, 14 de enero de 2009

canicas


No eches a rodar las canicas por el suelo, te decía ella de pequeño. Por cada una que pierdas en un rincón de la casa, perderás uno de tus sueños, que convertidos en frágiles cristales, se quebrarán en mil pedazos.
Y tú, que por aquel entonces aún la hacías caso, guardaste todas las canicas en un bote y lo pusiste en lo alto de la estantería. Desde abajo, lo mirabas horas y horas, como quien custodia un tesoro, embobado, todos tus sueños allí atrapados en un frasco. Poco a poco dejaste de preocuparte por él, y lo arrojaste a lo más profundo del olvido.
Ayer, cuando volviste allí, ya sin ella, con toda la casa llena de su ausencia, volviste a ver el bote de cristal en tu cuarto, por él no había pasado el tiempo, te transportó de nuevo a aquellas lejanas tardes de tu infancia. Entonces lo cogiste, te llenaste los bolsillos de canicas y saliste a la calle.
Ahora siempre llevas alguna contigo, de vez en cuando, en algún lugar especial, las dejas caer, que rueden desde tu mano al suelo, que escojan su camino. Que esperen a ser encontradas por otros niños, que jueguen otros juegos, que vivan otras vidas, que encierren otros sueños.

martes, 13 de enero de 2009

tinieblas


Allí estaban los dos, encerrados en aquella habitación. Con las persianas bajadas, tan solo la luz de la luna se colaba por las rendijas, haciendo que pudieran distinguir vagamente alguna forma. Él cogió un pañuelo y le tapó los ojos. Es como cuando de pequeños jugaban a las tinieblas, pensó ella. A lo lejos, se oía música de un piano. Seguramente sería su vecino, que últimamente solía tocar canciones tristes de madrugada, cuando no podía dormir en las frías noches de invierno.

Privada totalmente del sentido de la vista, empezó a notar cómo el resto de sus sentidos se agudizaban. Oía la música mucho más cerca que otras noches, podía escuchar su respiración allí a su lado. Escuchaba incluso los latidos de su corazón, que tan frecuentemente le pasaban desapercibidos. Sabía dónde estaba él porque podía oler claramente su colonia, esa que ella le regaló hace tiempo y que tanto le gustaba. Siempre que reconocía ese olor se volvía por la calle, para ver si era él, para ver la cara de quien olía como él, de quien podría ser él, pero frecuentemente era otro, podría ser cualquier otro.

Cerró los ojos, para intensificar más todo lo que estaba sintiendo, en un gesto puramente simbólico, ya que era imposible que viera nada, todo estaba en la más profunda oscuridad. Entonces sintió como él se acercaba. Sentía el calor de su cuerpo, cada vez más cerca, y su respiración, cada vez más agitada.

En ese momento solo podía concentrarse en el tacto. Sentía sus manos, rozando su piel, sus dedos, acariciando su espalda, cerrando círculos alrededor de su ombligo, enredándose entre su pelo. Mientras, ella permanecía totalmente quieta, expectante, descubriendo un mundo de pequeñas sensaciones. Podía sentir sus dedos dibujando el contorno de su boca, humedeciéndose con su saliva, sus labios acercándose poco a poco a los de ella hasta casi besarlos, pero alejándose de nuevo, tras solo rozarlos levemente. Y sus besos por el cuello, la nuca, por cada rincón de su cuerpo, muy lentamente, con delicadeza, hasta hacerla estremecer.

Él hubiera dado lo que fuera por ver su sonrisa en ese momento y hablarle al oído, pero en eso consistía el juego, en solo poder imaginarla. En no decir ninguna palabra.

sábado, 10 de enero de 2009

invierno

Era un de los días más fríos del invierno. El cielo, repleto de nubarrones negros, y las temperaturas muy por debajo de los cero grados, invitaban a quedarse en casa. Sin embargo, se armó de valor, y salió sin pensarlo dos veces. Cogió su cámara y echó a andar. Necesitaba respirar el aire helado antes de que sus pensamientos empezaran a derretirse en su cabeza. Necesitaba organizar sus sentimientos. Necesitaba capturar ese momento, ver cómo otros hacían lo que él era incapaz. Necesitaba robar trocitos de alma antes de que la suya propia se congelara. Necesitaba hacerlo antes de que la idea que le rondaba se instalara allí definitivamente. Antes de que ella fuera alguien a quien echar de menos, antes de que el olvido fuera imposible. Por eso salió a la calle aquel día horrible. Dentro, solo quería escapar de sí mísmo. Fuera, procuraría tener cuidado y no resbalar con la nieve mientras pensaba en todo esto.

viernes, 9 de enero de 2009

ich liebe dich nicht


[Plum. Oscuridad]

- Ein, zwei, drei... ¿Cómo se dice "te quiero"?
- (Je t´aime) No lo sé, lo olvidé, no es una expresión útil en ningún idioma.

[Click. Luz]

miércoles, 7 de enero de 2009

la antártida


Ahora el ambiente es gélido, aquí en la Antártida.
Bajo las sábanas mis pies son dos témpanos de hielo.
Mis dedos, pequeños glaciares, recorren tu espalda
y te hacen estremecer. Así nos dormimos, abrazados.
Nunca ha hecho tanto frío como en esta habitación.
Nunca los pingüinos estuvieron tan cerca, en la nevera.
Nunca estuviste tan lejos como en este iglú particular.

martes, 6 de enero de 2009

maquillaje


Se levanta de madrugada, va al baño, enciende la luz y se mira en el espejo. Apenas reconoce su rostro bajo la luz tenue de la bombilla. Se toca la cara con los dedos, para asegurarse de que es ella, y el espejo le devuelve su imagen, un reflejo obediente que imita cada uno de sus movimientos.

Coge el lápiz kohl y dibuja de un trazo la línea del ojo, hasta el lagrimal. Negro, cada vez más negro. Adora ver su mirada enmarcada en negro. Se maquilla con sombra negra, que extiende con su propio dedo, es el único color que utiliza. Coge el rimmel y alarga sus pestañas hacia el infinito. Por último, coge el carmín como una autómata y cubre sus labios de un rojo intenso, como sangre que brota de su boca.

Mira de nuevo al espejo y sigue sin reconocerse, cada vez más ajena. Esa extraña del espejo la mira con desidia. Con el dorso de la mano se corre el maquillaje. El rojo de sus labios se extiende hasta las mejillas, el negro de sus ojos llega hasta su sien. Ahora es el principio del desastre. Aquella chica le devuelve una mirada triste. La imagen frente a ella es desoladora. Nota como poco a poco cae en el abismo, y una lágrima negra recorre su cara hasta estrellarse sobre la porcelana blanca del lavabo. Observa cómo se deshace su reflejo, sin intentar consolarlo siquiera.

Después de un rato inmóvil, cierra los ojos, se gira despacio, apaga las luces y vuelve a la cama, sonámbula. A la mañana siguiente, no recuerda nada. Lo primero que hace es desmaquillarse delante de ese mismo espejo, interrogando a su imagen prisionera, con la esperanza de que el reflejo le dé alguna pista sobre lo que hizo anoche.

lunes, 5 de enero de 2009

diálogos del principio


- ¿Sabes que llevamos horas hablando y no sé nada de tí?
- Me gusta inventarme historias sobre la gente que veo, leer el horóscopo de la semana, caminar sin rumbo mientras pienso, comer chocolate a escondidas, empezar el periódico por el final, comer el troncho de la endibia al hacer la ensalada, andar descalza por el salón mientras todos duermen, chupar el final de la pajita cuando bebo una copa, y mirarte los labios cuando hablas. Detesto reconocer la misma voz de doblaje en varios personajes, el ruido que hacen los tacones al andar, las cosquillas por la nuca que producen escalofríos, las aglomeraciones en el centro de la ciudad, los perfumes intensos que marean, los mensajes con abreviaturas absurdas, la gente que escupe por la calle, los carteles de neón que zumban y comer espaguetis a la boloñesa.

domingo, 4 de enero de 2009

tardes de domingo


Las tardes lluviosas de domingo, son tardes horribles para quedarse en casa. Acurrucarme en el sofá a tu lado, ver películas clásicas y escuchar música triste. En otra vida, fueron tardes de pasear por la calle debajo de un paraguas, mojándonos a ratos y saltando en los charcos. Pero ya no. Ahora nos miramos sin hablar, no hacen falta las palabras, solo estamos los dos, y el silencio. Vemos llover tras los cristales, observamos cómo las gotas forman dibujos sobre su fría superficie. Da igual que hoy haga un sol radiante, para mí es una tarde lluviosa de domingo. Llueve. Llueve aquí, llueve entre estas cuatro paredes, llueve en mí. Poco a poco la casa se va inundando, y tú te conviertes en el único trozo de tierra que se divisa en el horizonte, ahora me siento como un náufrago cerca de una isla desierta. Tú no estás allí conmigo, ya no me haces compañía, tú eres la propia isla. Tú eres lo único que queda después del naufragio, mientras yo decido si nadar o no, hacia tí en esta tarde lluviosa. Si nadar contracorriente, o dejarme llevar a la deriva.

ficciones para los días nublados


Ella se estaba enamorando de él como una idiota:
sin saber cómo ni por qué, a destiempo y sin sentido.
De la peor manera que nadie puede hacerlo,
basándose en ficciones para los días nublados.

sábado, 3 de enero de 2009

despedidas desde el tren


Allí estábamos, en una antigua estación de tren de principios de siglo. Rodeados de viajeros apresurados cargados de maletas, de gente caminando a toda velocidad, intentando robar unos minutos al tiempo que se escurre entre sus dedos. Y nosotros dos estamos congelados en ese instante, inmersos en esa espiral frenética, quietos en medio de un torbellino. Las agujas del reloj no se mueven, las fracciones de segundo se han convertido en una eternidad. Es el beso más largo de la historia. Pero después, te has subido a ese tren, esa hermosa máquina de vapor, ese monstruo de metal que te aleja de mí para siempre. Y me has dejado allí, de pie en el andén, perdida entre la multitud, sabiendo que nunca te iba a volver a ver. Que el tiempo volvería a correr y me catapultaría al aquí y al ahora. Que sería la última despedida desde el tren.

viernes, 2 de enero de 2009

pez naranja


Hoy he soñado contigo. Te habías convertido en un bonito pez naranja dentro de una pecera de cristal. Yo, en una niña que te observa desde fuera. Te miro muy despacio, persiguiendo con mi mirada cada uno de tus movimientos. Después de un rato medio hipnotizada, meto el brazo en el agua. Te intento coger con mis pequeñas manos de niña, pero siempre te escabulles entre mis dedos. Todos mis intentos son vanos, mis esfuerzos inútiles, mis ilusiones, absurdas. Entonces, en un ataque de rabia, cojo la pecera y la estrello contra el suelo. El cristal se hace añicos, el agua salpica toda la habitación, y tú te quedas allí, solitario pez naranja, suplicando por tu vida sobre las baldosas de cerámica esmaltada.

jueves, 1 de enero de 2009

un narrador de historias

Era una calurosa noche de verano. Por las ventanas, abiertas de par en par, entraba una ligera brisa, que hacía bailar las cortinas. Tumbados en la cama, aún vestidos sobre las sábanas, permanecían abrazados, muy quietos. Fuera, todo era silencio, la ciudad estaba en calma. La ciudad entera se había paralizado. Pero él, insomne, no era capaz de conciliar el sueño, y la observaba mientras dormía, con su respiración pausada y rítmica, como una niña. Se acercó aún más a ella y empezó a contarle un cuento al oído, un relato imaginario sobre ellos dos, sobre otras vidas, sobre otro futuro, sobre otros sueños. Fue en ese momento, al despertar con sus palabras, cuando ella se dio cuenta de que por fin había encontrado al narrador de historias que llevaba tanto tiempo buscando. Y entonces, pudo seguir durmiendo tranquila.

* asteriscos


asterisco.

(Del gr. ἀστερίσκος).
1. m. Signo ortográfico (*) empleado para llamada a notas, u otros usos convencionales.
2. m. Ling. U. para indicar que una forma, palabra o frase es hipotética, incorrecta o agramatical.


Un asterisco es el símbolo olvidado que guardamos en la caja de las teclas, y solo utilizamos en casos excepcionales, peculiares, curiosidades que merecen una explicación aparte.

Asteriscos noctámbulos, pequeños relatos de noches de insomnio.


* un asterisco en la palma de mi mano...
(“Astrolabios”, Maga)