martes, 23 de febrero de 2010

gotas de agua


Las gotas rebotan sobre el paraguas. Levanta la cabeza y las ve acercarse a través del plástico transparente. Caen desde lo alto, chocan y resbalan por las varillas. Le encanta mirar la lluvia caer a través del paraguas, con las gotas, diminutas, cada una diferente, sobre el fondo grisáceo de las nubes. Podría pasarse horas bajo la lluvia. Pero pronto aprendió que no era posible. Que la mayoría de la gente detesta la lluvia, que cuando empieza a llover, todos aceleran su paso para escapar de las gotas. También ella comenzó a andar, obligada, con sus pequeñas botas de agua rojas, sin soltarse de su mano. Da pasitos cortos, sin tratar de evitar los charcos. Saltando dentro de ellos, cuando no mira. Salpicando alrededor. No quiere volver tan pronto. Las lágrimas de rabia resbalan por sus mejillas, mezclándose con el agua de lluvia. Llovía más que nunca. Siempre se tiene que ir en la parte más divertida. Llevaba todo el día sin dejar de llover. Incansable. Las calles prácticamente se habían convertido en ríos imposibles de atravesar. Era un día para quedarse en casa. Se entretiene viendo llover a través de los cristales. Un sucedáneo de la lluvia que cae fuera. Uno de los días de invierno más tristes. Más grises. No llovía, diluviaba aquel día. Ahora, cada vez que llueve, sale al patio y contempla la lluvia empapando las baldosas, resbalando por las tuberías, mojando las hojas de las plantas. Todos los días de lluvia le recuerdan a aquel día, de pequeña, en que diluvió y la ciudad desapareció entre lágrimas y gotas de agua.

miércoles, 17 de febrero de 2010

pedazos


Duele. Sin darte cuenta, se ha hecho pedazos. Duele tanto ahora. Tanto que quizás de haberlo sabido, habrías elegido no quererme. De haberlo sabido, hubieras elegido escapar a tiempo. Hubieses elegido no estar allí. Pero ahora es demasiado tarde. Y ya solo quedan cenizas. Quizás de haberlo sabido, habrías blindado tu corazón con acero. De haberlo sabido. Pero ahora solo puedes recoger los pedazos. Ahora duele. Y duele más que nunca. Duele saber lo que se avecina. Y duele la espera. Duele imaginar en tu cabeza ese momento. Y vuelve a doler cuando en realidad llega. Duele el futuro sin mí, casi tanto como duele el recuerdo de un pasado que ya no está. Tanto que recoges los pedazos en silencio. Duele. Los miras, incapaz de hacer nada. Duele tanto que no puedes mover ni un solo dedo, pronunciar ni una sola palabra. Tanto que cierras la puerta, echas la llave a tus recuerdos, y los pedazos, inertes, se pierden el olvido.