martes, 24 de abril de 2012

interminable


Te miro a escondidas. Te da el sol en la cara, mientras vamos en silencio en este autobús vacío. Somos los únicos pasajeros. En este momento pararía el tiempo. Lo haría interminable. Un instante interminable. Qué paradoja. Detendría el tiempo solo para mirarte despacio, para observar cada uno de tus rasgos, para dejarme encandilar por tus labios, para perderme en lo profundo de tus ojos. Y en vez de eso, miro por la ventanilla, cómo el agua de lluvia resbala por los cristales. Te miro de nuevo y me pregunto qué pasaría. Que pasaría si ahora mísmo abro la boca y te digo todo lo que pienso. Si empiezo a vomitar palabras como nunca. Si te lo digo de una vez por todas, porque qué más da ya que lo sepas. Pero no me atrevo, no lo hago. No muevo ni un dedo. Ni rompo el silencio. No digo nada porque me da miedo, y es un miedo pequeño, diminuto, parecido al vértigo. Porque no sé si me da más miedo que me digas que no, después de tanto tiempo, o que me digas que sí, para siempre.

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