miércoles, 3 de agosto de 2011

diario


Ya que no soy capaz de ordenar mi cabeza, al menos voy a intentar ordenar mis cosas. Si no, sé que terminaré sepultada entre montones de trastos inútiles, que guardo sin ningún sentido. Ayer en el fondo del armario, entre muchos papeles, encontré un diario. Un diario de 1999. Me puse a releerlo. No debí hacerlo, me dí cuenta de que poco había cambiado en más de doce años. Pese a haber terminado el colegio, haber ido a la facultad, haber empezado otra etapa, mi vida personal sigue siendo un desastre, y el resto, mediocre. Los mísmos miedos, los mísmos complejos, la mísma angustia. La mísma falta de ilusión por nada. Los mísmos nubarrones negros sobre mí. Porque no he sido capaz de solucionar nada. En más de una maldita década. Nada. No recuerdo prácticamente ninguno de esos problemas triviales y cotidianos, pero al volver a leerlos, me han parecido iguales, tan insignificantes y absurdos como los de ahora. Igual de estúpidos. Sigo bloqueada en un punto de no retorno, con pánico a asomarme al abismo de un futuro incierto y con terror a echar la vista atrás. Perdida en el medio de ninguna parte. Deseando desde la sombra, un cambio que nunca me atreveré a provocar. Siempre he sido una cobarde. Casi no me acordaba de nada. Por eso fui rompiendo cada una de sus hojas tras leerlas, con las lágrimas asaltándome a traición, para no volver a recordarlo jamás.

No hay comentarios:

Publicar un comentario