martes, 11 de agosto de 2009

Lisboa


Cierra el libro con cuidado, marcando las hojas entre sus dedos. Levanta la cabeza distraída, con la mirada perdida. A lo lejos se escucha música de fado, con su canción profunda y triste. Es la banda sonora perfecta para este instante. Coge la cucharilla y remueve con cuidado el café, oscuro y amargo. Es la hora del atardecer en que se funden dos luces, se esconde el sol para dar paso a las estrellas. Al fondo, se ve el azul del Atlántico, que poco a poco se cubre de tonos naranjas. Observa la calle, con su bullicio habitual, como lentamente se va quedando en silencio. Es la ciudad perfecta para este momento. Entonces se levanta y comienza a caminar despacio. Atraviesa la plaza, es tarde, y acaba de perder el tranvía. Paso a paso va arrastrando su melancolía. Se mueve fugaz como un espectro, pasa como una sombra deslizándose sobre los adoquines. Para ella, Lisboa siempre será la ciudad del desamor. La ciudad donde su historia se perdió en el olvido.

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