Nunca se me dió bien. Siempre he sido demasiado torpe para manejar las emociones. No sé como comportarme con las personas. Sobre todo con aquellas que me importan. Los objetos, inanimados, compuestos por multitud de piezas que forman un rompecabezas, son sencillos. Solo hay que encontrar la manera de encajar cada una de ellas. Las personas son demasiado complejas. Nunca he logrado entenderlas del todo. Es imposible saber qué piensan, qué esconden, qué sienten, qué anhelan. Es imposible saber qué desean. La información se mezcla en un maremagnum de ideas, de gestos, de segundas intenciones, de palabras no pronunciadas, de pensamientos escritos entre líneas. Hace falta un sexto sentido del que yo carezco. Me siento como un robot mal engrasado entre seres que se elevan por encima de mí. Intento hablar y mi voz suena enlatada, como si el sonido de una antigua cinta magnética brotara de mi garganta. Cada movimiento, ortopédico, va precedido de un chirrido agudo que solo presagia una próxima ruptura en mil pedazos. Me arrepiento segundos antes de dar un paso. Mi voz se quiebra antes de pronunciar palabra alguna. Me invade el pánico antes de acercarme a tí. Preferiría que me tragara la tierra antes de confesarte lo que siento.
El problema es, que piensas y si piensas no entiendes. De ahí la curiosidad la incertidumbre. Los que entienden a las personas, no piensan demasiado y no es que sean tontos, es que las mismas personas no se entienden a si mismas. A veces puedes entender la situación saber que tienes que hacer, saber lo que quieres, tenerlo todo "a la mano" y aún así terminas haciendo lo contrario. A veces pienso, que todos venimos con errores de fábrica...
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