sábado, 27 de junio de 2009

autobuses


Mi tía ya ha subido al autobús, estoy en la plataforma esperando a que salga hacia su destino, y de repente te veo allí. Estás parado frente al vehículo, con la mirada seria. En un principio pienso que estás como yo, despidiendo a algún familiar, esperando a que el autobús comience su camino. Pero no, me fijo mejor y veo que tienes una maleta a tus pies, y un billete entre las manos. No sé a qué esperas, ni por qué no subes. Me imagino que estás esperando a alguien que no llega, porque miras insistentemente el reloj, y de vez en cuando alternas la mirada desde tu muñeca hasta el conductor, y luego al fondo de la estación, hacia las escaleras que vienen desde la calle, por donde llegaría un pasajero en el último momento. Pero solo avanzan los minutos, nada más se mueve. Decides meter la maleta en el coche, pero sigues con el billete arrugado entre tus dedos. Aún queda tiempo, supongo que piensas. Sigues allí de pie, abstraído en tus propios pensamientos. Entonces me imagino, cómo sería si fuera yo a quien esperas, cómo sería el reencuentro, y dónde escaparíamos, lejos de esta ciudad de asfalto. Y me da miedo, porque pienso que te pareces tanto a él, que todos sois clones de ese otro chico de mi pasado, que todos me parecéis iguales, que todos sois la misma persona, todos sois altos y morenos, con gafas de pasta negra y patillas, con vaqueros y camisetas modernas, todos tenéis la misma voz, todos sois un amargo recuerdo en mi memoria. Pero no, tú ni siquiera me has visto allí, soy para tí solo una sombra difusa que espera junto a tantas otras en el andén. Miras por última vez el reloj y decides subir. Y nunca sabré si esperabas a alguien que nunca llegó, o si simplemente, no querías montar aún. Yo, por si acaso, por lo que no fue, te despido con la mano desde abajo, hasta que el autobús se pierde en el horizonte.

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