domingo, 23 de mayo de 2010

superpoderes


Estoy perdiendo mis superpoderes. Incluso tú te has dado cuenta. Ya no puedo desaparecer cuando quiera. Ya no soy tan invisible. No sé qué ha cambiado. No sé qué hacer. Ni siquiera sé si podré recuperarlos...

jueves, 20 de mayo de 2010

tu boca


Desde que te conozco estoy fascinada por tu boca. No sé si te lo he dicho alguna vez. No, claro, no son cosas que se digan a un extraño que acabas de conocer. Qué hubieras pensado. Pero me encanta. A veces, en una conversación, me es difícil mantener la mirada fija en los ojos de la otra persona, entonces, siempre termino mirando la boca, los labios que se mueven constantemente, los dientes que asoman entre ellos, los gestos, la forma en que se articula cada sonido. No sé desde cuando ni cómo comenzó, pero tengo esa manía. Cuando hablo contigo intento evitarlo, pero al final mi mirada se va irremediablemente hacia tu boca, y pierdo el hilo de lo que pienso. No tengo remedio, me encantan tus labios, gorditos, se mueven despacio cuando hablas, hasta que terminas lo que estás diciéndome y me sonríes ligeramente, consciente de que no te estaba escuchando, como si no te importase que haya perdido el significado de lo que dijiste, como si tuvieras todo el tiempo del mundo para repetir cada una de las palabras que pronunciaste.

martes, 18 de mayo de 2010

blanco


Blanco. Todo es blanco a mi alrededor. Extiendo la mano sobre la pared. La recorro lentamente. No hay ni una sola imperfección. Toda su superficie es perfectamente lisa y blanca. Las esquinas son redondeadas, y la luz es tenue. Hace frío. Me arrodillo y me siento en el suelo helado. Todo es blanco. Tan blanco que apenas puede distinguir la línea que separa el suelo de las paredes y el techo. Los márgenes se difuminan y empiezo a perder la noción del tiempo y del espacio. Me siento desorientada. Cierro los ojos y sigo sintiendo el blanco dentro de mi cabeza. La claridad nívea no me deja pensar. Intento concentrarme, pero no soy capaz de llenar el vacío de esta blancura. Me miro las manos, toco cada uno de mis dedos. Apenas reconozco su contorno, no puedo distinguir su forma. Cada vez se van haciendo más blancos. Hasta casi desaparecer. Me miro asustada. Ya no puedo verme. Me estoy fundiendo con las paredes. Palidezco. Me estoy convirtiendo en puro blanco.

jueves, 13 de mayo de 2010

tristeza


Eran los ojos más tristes que había visto nunca. La observó fugazmente. Solo un instante. No podía ver ninguna parte más de su rostro, ni un gesto, ni siquiera podía leer las palabras que no salían de sus labios. Como si un velo ocultara sus facciones. Solo sus ojos. Aquellos ojos oscuros. Unos ojos que le estaban llamando a gritos, que decían todo en el más absoluto silencio. Unos ojos que derrochaban tristeza. Pero no había ningún velo. Su cárcel no tenía paredes, su jaula no tenía barrotes. Encerrada en su propia soledad, en su propia tristeza, en el brillo de aquellos ojos negros. Fue solo un instante, pero recordaría aquellos ojos durante el resto de sus días. Volvería a buscar esos ojos durante toda la vida.

martes, 11 de mayo de 2010

otra vez


Otra vez no. No podría soportarlo. Vuelvo a tener pesadillas. Cuando menos te lo esperas, cuando bajas la guardia un instante. Me asaltan pensamientos recurrentes. Me descubro pensando en comida. Pasan por mi cabeza diferentes platos: dulces, salados, calientes, fríos...Se convierte en una pequeña obsesión. A veces es solo un determinado alimento. Chocolate negro. Helado. Como si de un antojo se tratase. Otras veces, desfilan por mi mente sin orden definido. Pistachos. Queso. Mermelada. Atún. Fresas. Gominolas. La historia se repite. Los atracones, las restricciones, la culpabilidad. El pánico a perder el control. La búsqueda de una perfección imposible. Las ganas de desaparecer. El miedo a mirar la imagen que te devuelve el espejo. El miedo a comer. El bloqueo. Las mentiras. El terror a perder el contacto con la realidad. El pavor a perderte y no saber encontrar el camino de regreso. Otra vez no. No me siento con fuerzas para volver a mirar el abismo otra vez.

viernes, 7 de mayo de 2010

insoportable


Soy insoportable. Lo sé. Venía pensando que me encanta el momento en que empiezas a conocer a alguien. Es como echar un vistazo por una ranura, a hurtadillas, abrir una puerta a un universo desconocido. Está lleno de misterios, y de sorpresas. Incluso aunque la otra persona no lo sepa. Te dejaré mirar. Pero tal vez no te guste lo que veas. Podría decirte que cambiaré y que todo va a ser mejor a partir de ahora, pero no sería cierto. Ahora que aún no me conoces, estás a tiempo. Si aún así, decides seguir, será bajo tu propia responsabilidad. Te aseguro que no será fácil.

miércoles, 5 de mayo de 2010

luz de vela


La llama se mueve trémula, acompasada con tu respiración. La vela se está derritiendo lentamente y termina por caer una gota sobre la palma de mi mano. La cera ardiente lacera mi piel con un dolor sordo y penetrante. Me cierras los ojos con tus manos heladas. Otra gota cae más cerca de mi muñeca. Arde, y siento como se solidifica sobre mi piel. Se escucha música suave de fondo. Y el pulso acelerado de mis latidos me golpea las sienes. Muevo la mano libre, estirando el brazo sobre las sábadas gélidas. Con un movimiento rápido me sujetas la muñeca sobre la almohada. Dejas caer otra gota, esta vez sobre mi antebrazo. Y otra más, sobre mi hombro. Siento el calor de la vela demasiado cerca. De nuevo otra gota me abrasa el cuello. A la vez siento tus dedos fríos sobre mis párpados. Acercas otra vez la llama. Continúas esta lenta tortura. Abro la boca para dejar escapar una débil queja, un suspiro mudo. Sin embargo no emito sonido alguno, un frío glacial me sobresalta. Hielo sobre mis labios. Se derrite y las gotas de agua fría se deslizan por mi barbilla, hacia mi cuello, sobre la piel dolorida donde un instante antes quemaba la cera. Coges el hielo entre tus dedos, y recorres lentamente mi piel. Sueltas mi mano, y besas despacio mis labios insensibilizados. Apenas siento ya el contacto de tus dedos helados. Tus pasos se alejan. Cierras la puerta. Abro los ojos y ya no estás allí. Solo permanece el leve titilar de la vela. Me acerco, el centelleo de la llama es hipnotizante. Vuelvo a cerrar los ojos. Entonces apago la vela y me quedo quieta, sumida en la más profunda oscuridad.