martes, 8 de marzo de 2011

diógenes


Me da pena tirar las cosas. Soy más de acumular. También soy mucho de trasladar las cosas de sitio. De la mesa al cajón, del cajón al armario, del armario al trastero, y de ahí a la casa del pueblo.
Los libros del colegio, los exámenes de selectividad, los apuntes de la facultad. El router viejo, montañas de papeles a medio usar con una cara en blanco, recortes de artículos de periódicos, el walkman, las cintas en beta y VHS que ya no puedo ver. Las postales que me envías en cada uno de tus viajes, los libros que nunca comencé a leer. Los zapatos que me puse una única vez y que me hicieron daño, la ropa que hace tiempo que no uso, pero ya se ha pasado de moda. Unas orejas de duende del último disfraz de carnavales, un reloj que se ha parado en las 3:25, el folioscopio que me regalaste aquel día, una brújula que ya no marca el norte.
Me da miedo deshacerme de todos estos objetos, perderlos en el olvido y borrar de mi memoria parte del pasado. Veo en las noticias la gente con síndrome de Diógenes y me da pánico. Me aterroriza la idea de llegar a ese punto.
Me da pavor pensar que este desorden se extiende a todas las áreas de mi vida, que mi propia cabeza se esté convirtiendo en un cajón desastre, que llegue un momento en que por más que busque, termine por no encontrar nada dentro.

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