Desde niño dirigió sus ojos hacia arriba. Primero sin articular palabra, señalaba las cúpulas de los edificios. Después, miro más allá, y comenzó a buscar formas en las nubes, a descubrir dibujos escondidos entre su blancura esponjosa. Pronto subió un poco más, centrando su mirada en el cielo. Un cielo oscuro y cuajado de estrellas. No le importaba nada lo que hubiera abajo. Tan solo poder leer esos diminutos puntos luminosos. Pero estaban demasiado lejos. No conseguía verlas bien. Frecuentemente utilizaba un telescopio para acercarlas un poco. Pero aún así seguían estando demasiado lejos. Mientras, abajo seguía pasando el tiempo, sin que el pequeño astrónomo se diera cuenta. Pasaron las estaciones, una detrás de otra, y los astros variaban ligeramente su posición en la bóveda celeste. Pasaron una tras otra. Hasta que un día, se cansó de mirar el infinito y decidió tocarlo con los dedos. Ya nunca más volvió a mirar hacia abajo. Y subió, subió, subió hasta el punto más lejano. Al fin y al cabo, todos somos polvo de estrellas.
Genial ! Me ha encantado de principio a fin. No había ni mejor principio ni mejor fin. Al menos en la opinión otro de esos chicos que miran todo el rato el cielo !
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