viernes, 7 de enero de 2011

laboratorio


Guiña los ojos, intentando adaptar su visión a la penumbra de la sala. Bajo la luz roja comienza a distinguir los contornos de los objetos que le rodean. En este momento siempre le viene a la cabeza cuando jugaba a las tinieblas de pequeño. Ahora también podría jugar, si hubiera alguien más aquí, pero está solo en el laboratorio. Ya se ha acostumbrado a la falta de luz, con una mano ajusta la ampliadora, mientras rebusca a tientas un trozo de papel en su carpeta. Abre el portanegativos, introduce la película con cuidado, y aprieta el botón. La imagen proyectada es nítida y perfecta. A pesar de los años que han pasado, le trae muchos recuerdos. Calcula el tiempo con una pequeña prueba, ilumina durante una fracción de segundo y retira el papel. Lo introduce en el líquido. Poco a poco comienza a aparecer la imagen sobre el papel en blanco. Sabe que solo es un proceso químico, pero no puede evitar pensar que es prácticamente magia. Durante un breve espacio de tiempo, solo existe esa imagen. Saca el papel con las pinzas y lo introduce en la siguiente cubeta. Solo unos segundos, para volverlo a sacar de nuevo, y meterlo en la última. Lo deja allí sumergido. Desde el fondo vidrioso, unos ojos profundos parecen mirarle solo a él. Es su propio retrato, el de un niño que ya casi ha olvidado.

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