Cada vez que veo nublarse el cielo me viene a la cabeza una imagen de mi niñez. Cuando había tormenta, una de esas tormentas eléctricas con rayos y truenos, mamá, que les tiene pánico, cerraba todas las puertas y ventanas de la casa, bajaba las persianas y nos dejaba en la más absoluta oscuridad. Nos juntaba a todos en su habitación, tapaba los espejos para evitar el más mínimo reflejo de los relámpagos y nos metía a todos con ella en la cama. Allí rezaba a Santa Bárbara, aunque esta oración nunca nos la aprendimos bien, así que preferíamos la de San Gregorio, que a fuerza de escucharla nos sabíamos de memoria. Y allí estábamos todos entre tinieblas, murmurando y esperando el sonido inesperado de los truenos, ese sonido atronador y el estallido de los rayos, que hacían temblar todo el edificio, esas tormentas que estuviésemos donde estuviésemos, siempre estaban encima nuestra. Hasta que alguno de nosotros, se escabullía de la habitación, e iba hasta el baño, la única estancia de la casa sin persianas, y se asomaba de puntillas, para observar, fascinado, el cielo iluminado por relámpagos inmensos, la luz terrible de los rayos, el sonido que seguía inevitablemente a cada descarga. Allí abría tímidamente la ventana, para sentir el repiqueteo de la lluvia sobre los cristales, y que el olor a tierra mojada, el aire más limpio tras la tormenta, inundara toda la casa.
domingo, 31 de mayo de 2009
viernes, 29 de mayo de 2009
fotocopias
Estoy en la fotocopiadora, adormilada. Es demasiado temprano. Apenas hay cuatro o cinco personas en la oficina, aún no ha comenzado el bullicio de cada día. Pasas por detrás de mí y no me saludas. Ni siquiera te miro, pero sé que estás ahí, sonriendo. Te aproximas, acercas tus labios a mi nuca, me susurras al oido, se eriza cada centímetro de mi piel, siento un escalofrío. Con una mano me coges de la cintura y con otra me quitas el papel de entre los dedos. Me empujas hacia la máquina, de espaldas contra tí, pones la hoja sobre la superficie de cristal, bajas la tapa sujetando mi mano con la tuya y me rozas levemente el lóbulo de la oreja mientras aprietas el botón de copia. Una débil luz verde nos ilumina, solo por un instante. Coges el folio, me sueltas la mano y te separas. Noto mi respiración desacompasada, el pulso acelerado. Te alejas por el pasillo. No ha pasado nada. Ha sido tan breve. Queda entre nosotros dos, entre tú y yo. Nadie se ha dado cuenta de nada. Es aún demasiado temprano, por la mañana.
miércoles, 27 de mayo de 2009
de camino
Caminar es catártico. Un paso, otro paso, un pie, otro pie. Puedes ir escuchando música, o prestar atención al ruido a tu alrededor, el tráfico, las voces de las personas que se cruzan contigo, fragmentos de conversaciones, tus propios pensamientos.
Observas la calle, a la gente, cómo cambia, cómo pasa el tiempo, como sigue la vida en la ciudad. Ves a esa chica, tan pequeña y tan maquillada, te horroriza, pero recuerdas cómo te sentías a su edad, cuando te pintabas los labios de granate y te ponías tacones creyéndote mayor. O a esa pareja, una imagen desoladora, ella abrazada a él, sin soltarlo un instante, y él con los ojos abiertos, mirando hacia fuera, deseando escapar de esa prisión. O a ese anciano, que va caminando despacio, con su bastón, concentrado en cada uno de los movimientos que debe hacer para seguir andando.
Te mueves despacio, te abruman tantos detalles en los que habitualmente no te hubieras fijado, dejas de sentir tu cuerpo, te abstraes, solo sientes tus pasos, uno tras otro, solo ves el camino. Ya ni siquiera oyes lo que piensas, tu mente está en blanco. Te vuelves invisible. Observas, escuchas, te fundes con el aire, aún queda recorrido. Un pie, otro pie... catarsis cotidiana.
Observas la calle, a la gente, cómo cambia, cómo pasa el tiempo, como sigue la vida en la ciudad. Ves a esa chica, tan pequeña y tan maquillada, te horroriza, pero recuerdas cómo te sentías a su edad, cuando te pintabas los labios de granate y te ponías tacones creyéndote mayor. O a esa pareja, una imagen desoladora, ella abrazada a él, sin soltarlo un instante, y él con los ojos abiertos, mirando hacia fuera, deseando escapar de esa prisión. O a ese anciano, que va caminando despacio, con su bastón, concentrado en cada uno de los movimientos que debe hacer para seguir andando.
Te mueves despacio, te abruman tantos detalles en los que habitualmente no te hubieras fijado, dejas de sentir tu cuerpo, te abstraes, solo sientes tus pasos, uno tras otro, solo ves el camino. Ya ni siquiera oyes lo que piensas, tu mente está en blanco. Te vuelves invisible. Observas, escuchas, te fundes con el aire, aún queda recorrido. Un pie, otro pie... catarsis cotidiana.
martes, 26 de mayo de 2009
clase B
Una compañera de trabajo, que para este texto denominaremos L. (siempre quise tener un estúpido diario con iniciales y puntos, en vez de nombres) nos contó la teoría que había elaborado un amigo suyo (sí, en el remoto caso de que leas esto, puede ser tu teoría, amigo desconocido de mi compañera) sobre los tipos de parejas que existen.
Hay fundamentalmente tres tipos de parejas: clase A, los extra-guapos, populares y perfectos seres, esa élite de super-humanos que solo encontramos en el celuloide o en lo más recóndito de nuestra imaginación, cuya imagen sirve para torturarnos eternamente al resto de los mortales. Clase B, a la que pertenece el 90% de la población, gente normal y corriente, ni demasiado guapos, ni demasiado feos, con su encanto, su atractivo, como dice L., cada uno tiene su público. Por último está la clase C, esas parejas raras, nacidas no se sabe si fruto del hastío o de la resignación, donde cada miembro del dúo piensa "me da menos asco él a mí que yo a él", esa gente rara, en el peor sentido de la palabra, inadaptados sociales, conscientes o no de su propia situación.
Tras un momento de reflexión, porque a pesar de las risas, la teoría parecía bastante válida, reclamamos la existencia de las parejas mixtas, que a nuestro juicio también existen, movidas por ocultos intereses que para nosotros oscilaban entre el dinero, el poder y otras perversiones, aunque para L. quedaban claramente relegadas a mezclas entre los dos primeros grupos, y bajo ningún concepto, híbridos con el tercero.
Con un punto de inquietud, preguntamos al unísono: "¿Pertenecemos a la clase B, verdad L.?".
Hay fundamentalmente tres tipos de parejas: clase A, los extra-guapos, populares y perfectos seres, esa élite de super-humanos que solo encontramos en el celuloide o en lo más recóndito de nuestra imaginación, cuya imagen sirve para torturarnos eternamente al resto de los mortales. Clase B, a la que pertenece el 90% de la población, gente normal y corriente, ni demasiado guapos, ni demasiado feos, con su encanto, su atractivo, como dice L., cada uno tiene su público. Por último está la clase C, esas parejas raras, nacidas no se sabe si fruto del hastío o de la resignación, donde cada miembro del dúo piensa "me da menos asco él a mí que yo a él", esa gente rara, en el peor sentido de la palabra, inadaptados sociales, conscientes o no de su propia situación.
Tras un momento de reflexión, porque a pesar de las risas, la teoría parecía bastante válida, reclamamos la existencia de las parejas mixtas, que a nuestro juicio también existen, movidas por ocultos intereses que para nosotros oscilaban entre el dinero, el poder y otras perversiones, aunque para L. quedaban claramente relegadas a mezclas entre los dos primeros grupos, y bajo ningún concepto, híbridos con el tercero.
Con un punto de inquietud, preguntamos al unísono: "¿Pertenecemos a la clase B, verdad L.?".
domingo, 24 de mayo de 2009
femme fatale
Me gustaría que fueras mala, que hicieras daño con premeditación y alevosía, con verdadera intención, y no apenas sin darte cuenta, con tu despistado aire de femme fatale, de ingenua seductora devorahombres, ya que así, podría odiarte con tranquilidad, sin remordimientos ni sentimientos de culpa de ningún tipo. A ratos me gustaría que fueras consciente de tu lado oscuro, ya que así podría odiarte a gusto, así podría, yo también, saborear la venganza y disfrutar de mi propia maldad.
miércoles, 20 de mayo de 2009
un mediodía cualquiera
martes, 19 de mayo de 2009
metereología
El pronóstico del tiempo para hoy anuncia lluvias intermitentes y episodios de irascibilidad variable. Asómate a la ventana y dime que no es eso lo que ves, sino un sol radiante e instantes inolvidables con intervalos de entusiasmo. Sorpréndeme con una sola palabra, como hacías antes. Llévame de la mano a un lugar muy lejano. Hazme reir. Devuélveme la ilusión en un día gris.
domingo, 10 de mayo de 2009
receta de bizcocho
sábado, 9 de mayo de 2009
desde su ventana
jueves, 7 de mayo de 2009
biblioteca
miércoles, 6 de mayo de 2009
ascensores
domingo, 3 de mayo de 2009
horóscopo
Es tarde. No has dormido apenas esta noche, y es tarde. Apenas entra luz por las ventanas, debe ser una mañana plomiza. Oyes el agua golpear en los cristales. Llueve. Te levantas y vas a la cocina. Se han quemado las tostadas. El café está frío. No queda azúcar. Coges un periódico atrasado, y comienzas a leerlo. Empiezas por el final, es un manía que tienes desde pequeña. Lo abres y buscas el horóscopo del día (probablemente, de ayer). "Te querrán en la sombra" dice. Pues ya es hora de que salgan a la luz, piensas mientras masticas. Tampoco queda mermelada de naranja. Llueve. Es tarde.
sábado, 2 de mayo de 2009
sombras chinas
Juegas con la luz. Juegas conmigo. Por un momento te crees el amo del universo. No escuchas, solo hablas, multitud de palabras salen de tus labios. Juegas con tus manos, creas historias, manipulas a los personajes, son sombras chinas sobre la pared. No puedo participar. Solo me dejas ser una mera espectadora, a la que esperas deslumbrar con tus trucos de trilero. No eres más que un charlatán, que cree saberlo todo. No dejas entrar a nadie en tu mundo, pero tampoco les dejas escapar. Somos para tí como esas figuras de sombras, que haces y deshaces a tu antojo, marionetas que tú manejas. Pero el hechizo no es eterno. Te miro y no me ves. Te hablo y no me oyes. Me levanto y no te dignas a mirarme. Apago la luz de la lamparita y salgo por la puerta. Se acabó el juego. Ahora todo está a oscuras. Me voy, tal vez no vuelva nunca, y tú sigues igual, ni siquiera eres capaz de decirme adiós.
viernes, 1 de mayo de 2009
discusiones
En mitad de una discusión, al igual que en el fragor de la batalla, sale a relucir la verdadera personalidad. Se ve el carácter, lo que se trata de ocultar cuando nos encontramos en una situación normal, se ve el ingenio, la capacidad de respuesta, la forma de argumentar las propias opiniones, la argucias para convencer al otro y hacer valer tus razonamientos. Se demuestra si eres capaz de escuchar a tu adversario y adaptar tus ideas, de combatir con palabras en vez de convertir el diálogo en un soliloquio enajenado: es la supervivencia del más fuerte en la lucha dialéctica.
Me has defraudado con tu forma de discutir, estás perdiendo puntos, chico desconocido.
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