Cada vez que veo nublarse el cielo me viene a la cabeza una imagen de mi niñez. Cuando había tormenta, una de esas tormentas eléctricas con rayos y truenos, mamá, que les tiene pánico, cerraba todas las puertas y ventanas de la casa, bajaba las persianas y nos dejaba en la más absoluta oscuridad. Nos juntaba a todos en su habitación, tapaba los espejos para evitar el más mínimo reflejo de los relámpagos y nos metía a todos con ella en la cama. Allí rezaba a Santa Bárbara, aunque esta oración nunca nos la aprendimos bien, así que preferíamos la de San Gregorio, que a fuerza de escucharla nos sabíamos de memoria. Y allí estábamos todos entre tinieblas, murmurando y esperando el sonido inesperado de los truenos, ese sonido atronador y el estallido de los rayos, que hacían temblar todo el edificio, esas tormentas que estuviésemos donde estuviésemos, siempre estaban encima nuestra. Hasta que alguno de nosotros, se escabullía de la habitación, e iba hasta el baño, la única estancia de la casa sin persianas, y se asomaba de puntillas, para observar, fascinado, el cielo iluminado por relámpagos inmensos, la luz terrible de los rayos, el sonido que seguía inevitablemente a cada descarga. Allí abría tímidamente la ventana, para sentir el repiqueteo de la lluvia sobre los cristales, y que el olor a tierra mojada, el aire más limpio tras la tormenta, inundara toda la casa.
Adoro las tormentas, la azul oscuridad, el cielo plomo oscuro, los rayos y los truenos, despiertan lo más autentico de las personas !
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