viernes, 29 de mayo de 2009

fotocopias


Estoy en la fotocopiadora, adormilada. Es demasiado temprano. Apenas hay cuatro o cinco personas en la oficina, aún no ha comenzado el bullicio de cada día. Pasas por detrás de mí y no me saludas. Ni siquiera te miro, pero sé que estás ahí, sonriendo. Te aproximas, acercas tus labios a mi nuca, me susurras al oido, se eriza cada centímetro de mi piel, siento un escalofrío. Con una mano me coges de la cintura y con otra me quitas el papel de entre los dedos. Me empujas hacia la máquina, de espaldas contra tí, pones la hoja sobre la superficie de cristal, bajas la tapa sujetando mi mano con la tuya y me rozas levemente el lóbulo de la oreja mientras aprietas el botón de copia. Una débil luz verde nos ilumina, solo por un instante. Coges el folio, me sueltas la mano y te separas. Noto mi respiración desacompasada, el pulso acelerado. Te alejas por el pasillo. No ha pasado nada. Ha sido tan breve. Queda entre nosotros dos, entre tú y yo. Nadie se ha dado cuenta de nada. Es aún demasiado temprano, por la mañana.

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