lunes, 2 de febrero de 2009

3:00 a.m.


Desde que eras una adolescente te gusta escuchar programas de misterio en la radio de madrugada, mientras todos en la casa duermen. Parece que te fascina robarle horas al sueño y pasar miedo, sola, en la oscuridad de tu cuarto. Ayer antes de dormir, escuchaste la última historia, sobre los visitantes de alcoba. Extraños seres que se presentan en la habitación, a los pies de la cama, con aire fantasmagórico, generalmente sobre las tres de la madrugada y que suelen presagiar desgracias. Un fenómeno espeluznante, piensas, y te acuerdas de aquella vez que no pudiste dormir en toda la noche pensando en las combustiones espontáneas. Pero esas cosas en realidad no pasan, te dices para tranquilizarte, intentando conciliar el sueño. Al final consigues dormirte, pero te despiertas, como tantas otras noches. Miras el reloj, son las 2:59 am. Un escalofrío te recorre de pies a cabeza. Escrutas la oscuridad, y te escondes bajo las mantas. Por pura sugestión empiezas a sentir pánico. No eres capaz ni de asomar la cabeza para ver qué hora es, si ha pasado el tiempo. Deberías dejar de escuchar esas historias para poder dormir por las noches. Ahora no te atreves ni a destaparte ni a cerrar los ojos. Los segundos se hacen interminables. Te vas quedando dormida, hasta que de repente, una mano te agarra el tobillo. Tu primer instinto es gritar, pero estás paralizada. Consigues abrir un ojo y ves con sorpresa que ya es de día, te han venido a despertar. Te levantas y te miras al espejo. Unas profundas ojeras delatan una mala noche, otra noche de insomnio más. Llegas a la oficina, y todos se ríen mientras les cuentas tu odisea nocturna, pero nadie, ninguno de ellos, querría haber estado en tu lugar.

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