De la noche a la mañana tenemos nuevos visitantes. Han invadido la ciudad sin que nos demos apenas cuenta. Son vacas que se mueven a su antojo por Madrid. Hay cientos de ellas. Por todas partes. La gente no advierte su peligro, se hacen fotos con ellas, no saben que han venido para quedarse. Están ahí, paradas, parecen tranquilas, nos dan los buenos días por la mañana. A mí me dan miedo. Ellos no lo saben, pero cuando nadie las ve, cobran vida. Se mueven, vagan por la ciudad, buscan campos verdes donde pastar y huir del tráfico. De noche, antes de que pongan las calles, vuelven a su sitio. Pero yo me he dado cuenta, al pasar por su lado, de que se ha desplazado unos milímetros, o ha cambiado ligeramente de posición. Nadie más lo ha advertido, pero yo lo sé. Ayer incluso, una de ellas me guiñó un ojo.
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