Siempre me dieron miedo las muñecas de porcelana, con su redonda y blanquísima cara y sus ojos de cristal con largas pestañas. Con su pelo de nylon, sus pequeñas manos y sus vestidos antiguos. Te miran fijamente desde la estantería y por las noches sus ojos vidriosos reflejan la luz que se cuela por la persiana, dándoles un aspecto siniestro. Cada vez que la miro, en las noches de insomnio, creo que va a mover uno de sus bracitos articulados, que su boquita de piñón se va a abrir y a emitir algún sonido. Incluso, que me va a sonreir de forma diabólica desde allí, como si supieran algún secreto que yo no sé. Además, mi muñeca tiene entre sus manos un pequeño corazón de porcelana roja hecho añicos. Es la muñeca perfecta para regalar un día como hoy.
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