Cada palabra que veo escrita es como un susurro en mis oídos, cada letra que se desliza sobre el blanco de la pantalla es una caricia sobre mi piel, con cada nueva línea va subiendo la temperatura, y cada parpadeo naranja de la pantalla, me hace imaginar todo lo que nos queda por contar. Cada vez que pulsas una tecla es un suspiro, cada silencio, una agonía.
La incertidumbre de unos segundos en vacío, a la espera de la continuación de la historia, la mirada fija en el ordenador, se rompe cuando unas manos me tapan suavemente los ojos, me cogen la mano del teclado, me retiran el pelo de la cara, y me cubren de besos el cuello y la espalda, muy despacio, me desnudan poco a poco, tal y como habíamos estado imaginando.
Y es que de vez en cuando, nos gusta volver al pasado, a la inquietud del principio, a nuestras largas conversaciones de insomnes, a nuestras vivencias compartidas, como cuando aún nuestros caminos no se habían cruzado, como cuando aún no vivíamos en la misma casa.
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