domingo, 4 de enero de 2009

tardes de domingo


Las tardes lluviosas de domingo, son tardes horribles para quedarse en casa. Acurrucarme en el sofá a tu lado, ver películas clásicas y escuchar música triste. En otra vida, fueron tardes de pasear por la calle debajo de un paraguas, mojándonos a ratos y saltando en los charcos. Pero ya no. Ahora nos miramos sin hablar, no hacen falta las palabras, solo estamos los dos, y el silencio. Vemos llover tras los cristales, observamos cómo las gotas forman dibujos sobre su fría superficie. Da igual que hoy haga un sol radiante, para mí es una tarde lluviosa de domingo. Llueve. Llueve aquí, llueve entre estas cuatro paredes, llueve en mí. Poco a poco la casa se va inundando, y tú te conviertes en el único trozo de tierra que se divisa en el horizonte, ahora me siento como un náufrago cerca de una isla desierta. Tú no estás allí conmigo, ya no me haces compañía, tú eres la propia isla. Tú eres lo único que queda después del naufragio, mientras yo decido si nadar o no, hacia tí en esta tarde lluviosa. Si nadar contracorriente, o dejarme llevar a la deriva.

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